Hoy, nada tiene que ver el sol con el clima...


Y nuevamente tú, 
parada en esa esquina donde se juntan los vientos,
cerrando levemente los párpados,
para mirar las nubes que amenazan tormenta…
Piensas en que nada es como antes,
aunque, re-pensándolo, que bien que así sea…
esas nubes infladas en gris te miran un poco enfurecidas,
quizás te escupen pues, las gotas que sólo tú recibes,
no están cayendo en vano…
—¿Qué es lo has hecho?— o…
—¿Qué es lo que te falta por hacer? —
son preguntas que te haces constantemente…
Entretanto, la ventana del edificio se hace espejo
y te mimetizas con los colores de esa vaca,
animal orgulloso de ser estatua en la urbe…
Me sorprendo de mi reflejo y pienso por momentos,
que me estoy haciendo vieja en el rostro
y me acerco al ventanal para observar con detención,
— al parecer mientras más años pasan, más finas se ven mis cejas,
¡que gran huevada esta!, ¡horror por la puta madre!— pienso,
ahora me explico como es que personas,
como mi vecina de 70 años, se dibujan los resaltos con delineador café…
en fin, esa imagen debiera bastar para detenerme.
Los pasos para llegar a mi cueva no son muchos, pero hoy,
me parecen kilómetros…
quisiera esconderme en casa, bajo el catre,
o hibernar en mi nostalgia con la remota esperanza
de que salga el sol a escena…
Doblando la esquina viene un amigo can,
le ofrezco unas caricias en el lomo y me mira con ojos vidriosos
— ¡somos compañeros hueón!...— le digo
y habiendo terminado de pronunciar esas palabras,
se asoma una leve emoción en mis ojos,
no sé si de pena o por su compañía…

Este el punto intermedio,
entre el precipicio
y la escalera de colores…
yo me quedo aquí,
no avanzo a casa ni retrocedo a los pasos anteriores...


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